Viernes 22 de diciembre 2017.
Hace mucho calor. La gente circula como loca yéndose a festejar las fiestas y comprando pan dulce. Yo estoy llegando tarde a la performance de Monteccuco.
Voy corriendo por Darwin y me tranquiliza ver a los asistentes que todavía toman Campari en la vereda. El lugar es el taller de Patricio Larrambebere, un local a la calle. Saludo a la gente y Larrambebere dice que tiene un regalo para mí. Me entrega un anillo. Intento disimular mi decepción, ¿cuándo me vio Patricio usar anillos? Tardé un rato largo antes de darme cuenta de que era, además de anillo, destapador. Un anillo destapador de cerveza. Grité de alegría. ¿Cuál será la fascinación que producen estos objetos que son algo y también otra cosa? Me acuerdo del sacapunta–pelador de papas apoyado en el estante de mi cocina que me regaló Monteccuco para mi último cumpleaños. Ella estaba más emocionada que yo con el hallazgo de semejante regalo. Son las cosas que a ella le fascinan. Pero no como al resto de nosotros, que nos deslumbran por un rato. No. Ella todo lo ve y analiza de esa manera. Desarma y arma. Como si en ella existiese una disconformidad hacia los objetos existentes, o una insistencia en querer transformarlos en otra cosa. Cartas de truco que son ostias, esculturas que son sillones (y que conversan), cafeteras volturnos que son heladeras portátiles, cajas de cigarrillos de cartón (todo de cartón), jabones que dan ganas de comer. Eso es Industria Montecucco.
Adentro todo está listo. Una mesa, un pizarrón y un microondas con una bolsa de cuatro kilos de carbón encima.
Montecucco nos da la bienvenida con ese escenario de fondo. Nos mira con una mueca desafiante, como trasmitiéndonos la pregunta: “¿en serio te resulta gracioso todo esto?”. Una actitud similar tiene Martha Rosler en el final del video “Semiótica de la cocina”, en el que después de hacer la zeta con el cuchillo y cuestionar con ira e ironía los usos normales de las herramientas domésticas, se cruza de brazos y antes de que se ponga negra la pantalla, levanta los hombros como diciendo “¿y yo qué sé?”. Es el cierre perfecto.
Es que la actitud se basa justamente en el: “¿Y porqué no?”. Como cuando Coty Nosiglia nos enseña los puntos de cocción: si para comprobar que el fideo está a punto lo lanzamos contra el azulejo, entonces también lancemos un huevo, una salchicha, un bife, un pollo. Todo contra el azulejo para comprobar que estén cocidos.
Es darle vuelta al sentido de las cosas. O por lo menos cuestionarlo. Y ahí entra el chasco. El chasco encaja perfectamente en el imaginario Montecuqueano.
“Jornada de capacitación en burla” comienza casi inesperadamente siendo una presentación académica sobre el concepto de la burla y la necesidad del ser humano de burlarnos. Ella necesita que nosotros entendamos sus mecanismos mentales. Escribe frases en el pizarrón, flechas y círculos para sintetizar la idea. Pareciese querer explicar el recorrido de sus pensamientos antes de llegar a concretar determinadas asociaciones. Se esfuerza para que al resto de nosotros nos surja generar asociaciones en burla más naturalmente, como a ella.
Hace pocos días la escuché decirle a una persona con piernas muy blancas que los mosquitos no la pican porque piensan que son papel.
Y después de la “Jornada en capacitación en burla” entiendo que su herramienta es el chasco. Porque para el resto de nosotros, con el repelente alcanza. Pero para ella es el papel. El objeto papel. Ella quiere todo el tiempo materializar la burla.
La “Jornada…” continúa y de repente deja de tener el tono académico para transformarse en un “hágalo usted mismo”. Vamos todos a aprender cómo se materializa el chasco. Y entonces aparecen los objetos y la “Jornada...” se torna una clase de arte, enseñándonos cómo transformar un jabón Federal en un prisma, en un rectángulo. Dibuja sus formas en el pizarrón. Desbasta cada una de sus esquinas para sacarle toda la información que tiene El Federal. Y todos miramos atentos y ansiosos queriendo agarrar ese cuchillo tramontina y cortar suavemente las esquinas de ese jabón que de a poco va pareciéndose a un jabón de tocador. Saca un bowl rojo y se lava las manos con su escultura para darle la sensación de que alguien lo usó alguna vez, para que “tenga algo de verdad”, nos dice.
A esta altura, uno ya no sabe si está participando de un taller de arte o escuchando una clase magistral sobre la necesidad de la burla en el ser humano o mirando un programa de cocina de la tarde. A esta altura ella tiene las manos untadas en vaselina y con un martillo destroza un pedazo de carbón adentro de un tupper.
Montecucco intenta que el jabón que mancha realizado por ella sea igual al chasco industrial que encontrábamos en cualquier lugar hace veinte años. Lo termina y lo coloca en una jabonera de tocador. Ya está listo para su uso. Pero nada en el imaginario montecuquiano tiene un solo uso. Y así comienza la inesperada segunda parte de la perfomance: la explicación del uso escultural del jabón que mancha. Un homenaje a ese objeto en extinción.
Ella marca la diferencia entre esos dos usos. Y ahora entiendo que la mirada desafiante del principio de la performance tenía también que ver con esto. Con decirnos que lo absurdo sería marcar tal diferencia. Porque cuando habla del jabón en forma de escultura contemplativa, sigue categorizándolo en función a su utilidad.
Termina la perfomance y todos seguimos tomando Campari como si tal cosa.
Al día siguiente me desperté con un recuerdo: cuando todavía pagábamos el colectivo con monedas y siempre faltaban. Metí la mano en el fondo de la cartera y sólo encontré Mentitas blancas, redondas. Y siendo consciente de su disfuncionalidad las metí de todas maneras en el tragamonedas. Me desperté con el recuerdo del placer que sentí al oír el ruido de las Mentitas girando. La “Jornada..” me llevó a ese recuerdo, y me dieron ganas de repetirlo.
Me dieron ganas de apoyar cada una de mis tarjetas menos la Sube en el molinete. Quiero mirarle las piernas blancas a alguien y pensar en mosquitos decepcionados. Quiero guardar un anillo en el cajón de los tenedores. Tengo ganas de ir al museo y hacer charlar a las esculturas.
Acabo de agarrar el jabón de tocador para ponerlo en mi mesita de luz.
Elisa O'Farrell

